El huerto y el cuerpo necesitan momentos de descanso para poder regenerarse.
Frecuentemente tendemos a pensar en los huertos como grandes despensas que deben
permanecer repletas, sin embargo, cuando abrimos claros después de cosechar nuestras lechugas,
rábanos, zanahorias, cebollas, etc y los cubrimos de acolchados vegetales, permitimos que
estos restos sean convenientemente masticados y digeridos por el huerto,
sin prisas, y preparando el terreno para recibir a espinacas, habas o guisantes
durante el otoño.
Al mismo tiempo que el huerto se limpia en su descanso, éste permite a nuestro cuerpo que las células
se limpien solas, pero cuéntenlo como comparten ustedes sus semillas, de mano en mano, no sea que alguna multinacional quiera mercantilizar también el descanso. Alguien decía que nuestros órganos son unas grandes fábricas con muchas trabajadoras, las células. Ellas introducen en la sangre el oxígeno que ha entrado por los pulmones y los nutrientes que lo han hecho por el tubo digestivo, creando así un aliento de vida.
Cuando descansamos, las células sacan de la sangre las sustancias tóxicas, comprendiendo ahora por qué
cada vez quieren que trabajemos más en una sociedad algo intoxicada. El exceso de actividad, y la actividad malsana, ensucian la sangre, mientras que el descanso la limpia.
El cuerpo obtiene así sus fuerzas, de alimentos repletos de sol, del oxígeno y del descanso.
El huerto rebosa de los dos primeros, acompañémosle en el tercero.
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