Esta verdura de hojas verdes, equilibrada energéticamente hablando, se nos presenta como una gran aliada de nuestra salud. Perteneciente a la familia de las Quenopodiáceas, se adapta al cultivo en el huerto y en las macetas, por lo que no hay excusa para no contar con ella. Aunque le gusta el sol y la luz, no debemos privarla de sombrita y frescor. Prefiere un poco de frío, incluso alguna helada o viento, que el calor excesivo. Le favorecen los sustratos ricos en compost y requiere de riegos frecuentes, sin llegar a encharcar el suelo. La polinización se efectúa gracias al viento, por lo que también la podemos encontrar localizada en algún lugar alejado de nuestro huerto o balcón, al haber sido transportadas sus semillas. La podemos sembrar desde el mes de febrero hasta bien entrado el verano, protegiéndola del frío al principio. Aquí empezamos a trabajar con los acolchados. La luna menguante y días de hoja son momentos apropiados para su siembra y trasplante. Es una verdura rica en vitaminas A y C, en potasio, en calcio, en magnesio y en hierro. Es rica en clorofila. Es muy refrescante, algo laxante cuando la consumimos en fresco, antidiarreica si tomamos la infusión de sus hojas, diurética y antiinflamatoria tanto a nivel intestinal y como en hematomas o golpes donde su efecto local es efectivo utilizando cataplasmas de sus hojas machacadas y escaldadas. Para su uso medicinal aprovecharemos mejor sus virtudes si las recolectamos por la mañana y en luna creciente. Si se encuentra en lugares alterados geobiológicamente es atacada intensamente por los pulgones.
En el huerto abrazamos la salud, respiramos vida, bailamos con nuestros movimientos, nos regalamos alimentos que nos nutren y encontramos la farmacia amigable.
Los estímulos débiles activan las fuerzas vitales y curativas del organismo, los estímulos fuertes las inhiben, y los más fuertes aún, las suprimen del todo.
Ley biológica fundamental, Rudolf Arndt y Hugo Schulz
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